Tienes que asistir. ¨Este retiro es para ti. El Señor te espera.
Ya está en Los Ángeles el misionero que dará el retiro de SAnación Interior. En la foto, el misionero Gabriel Rinaudo participando en una entrevista en la radio Regina Coeli a las 11.30 horas de hoy. Nos informa la hermana Ximena Albornoz , Encargada de Comunicaciones de la RCC de Los Ángeles.
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Testimonio de un Sacerdote Sanado por el Señor. Para leer y orar en vacaciones:
Mi testimonio personal (Padre JAmes Manjackal
Desde mi niñez,
había escuchado a mi madre en casa por la tarde, al empezar la oración
familiar que duraba entre hora y hora y media rezarle al Espíritu
Santo. Después en el seminario, había siempre una oración
o un himno al Espíritu Santo al principio de las clases y de los
eventos importantes. Esto es todo lo que yo sabía en el pasado del
Espíritu Santo. En mi curso de teología no hubo ni siquiera
una enseñanza o una tesis sobre el Espíritu Santo. Por supuesto,
sabía por mi catecismo que el Espíritu Santo es la tercera
persona de la Santísima Trinidad y que El da la gracia en nuestra
vidas. Pero nunca había tenido una experiencia del Espíritu
Santo hasta que ésta me ocurrió a través de la poderosa
oración de un joven. Después de mi ordenación como
sacerdote el 23 de Abril de 1973, trabajé cerca de un año
en las misiones de Visakhapatnam y después fui asignado como profesor
en el seminario S.F.S. en Ettumanoor en Kerala. Cuando era un estudiante
en el seminario, mi deseo más sincero era el ser profesor en la
universidad o en el seminario, una posición cómoda y honorable
en la vida sacerdotal.
Yo no me podía imaginar yendo como un vagabundo
de lugar en lugar, confrontando diferentes situaciones, gente, cultura
y comidas. Dentro de mí, buscaba comodidades materiales y la seguridad
de una vida feliz. En 1975 leí en una revista americana "New
Covenant" unos artículos sobre sanaciones y el don de lenguas.
No podía creer que por aquellos días que la gente fuera curada
con la fe y con oraciones. Me burlé del don de lenguas diciendo
que ¡debían ser los quejidos histéricos de mujeres!.
Mi mente estaba llena de orgullo con mis conocimientos en Filosofía
y Psicología. Por entonces, escuché hablar sobre un retiro
carismático en Poona, al norte de la India. Junto con un sacerdote
ya mayor de mi congregación, asistí al retiro que fue predicado
por el padre James De Souza. El era un predicador con mucho poder y buen
cantante. Me gustaron sus prédicaciones y cantos, y como yo no estaba
enfermo no fui a la oración de sanación. Hice una buena confesión
y llevé a cabo todas las instrucciones que el predicador decía,
como levantar las manos y dar palmas. Cuando habló sobre el don
de lenguas y otros carismas yo pensé que estos no eran para mí
sino para los que pertenecían a la élite espiritual. En el
día del bautismo en el Espíritu, me preparé bien y
me senté en la silla junto con los otros participantes. Durante
la imposición de manos no experimenté nada especial.
Mientras oraba sobre mí el predicador dijo: "James vas a ser un
predicador carismático". Al escuchar esto me reí fuertemente
y dije "¡nunca, nunca!. No sólo no podía aceptar las
formas peculiares de los carismáticos, sino que también había
sido siempre una persona tímida frente a los demás. En mis
días de colegio y después en la formación en el seminario
había sido incapaz de pronunciar un discurso. Incluso, después
de mi ordenación fui un fracaso total en el púlpito. Todavía
recuerdo bien lo que me sucedió en mi primer sermón. Después
de mi ordenación, accedí con muy pocas ganas a celebrar Misa
y predicar al día siguiente que era domingo. En casa había
preparado unas pocas notas sobre el Evangelio del día y las coloqué
en uno de los lados de m Biblia nueva. No tenía problemas
para decir la Misa porque miraba al libro de Misa y decía las oraciones
y en los otros momentos conservaba mis ojos cerrados porque tenía
miedo de mirar a la gente. Después de la lectura del Evangelio fijé
mis ojos en la puerta principal al final de la Iglesia y empecé
a buscar los papeles con las notas que había colocado en uno de
los lados de mi Biblia. Me puse tan nervioso y temeroso que olvidé
si los había colocado en el lado derecho o en el izquierdo. Tenía
miedo de retirar los ojos de la puerta y mirar en la Biblia porque pensé
que haciendo esto tendría que mirar a la gente y con el miedo que
tenía al público, incluso se me caería. Yo ya estaba
temblando y sudando. Intenté varias veces dirigirme a la audiencia
diciendo mis queridos, mis queridos... . Y no pude decir ni siquiera una
simple frase. Habían pasado unos pocos minutos, y viendo mi
estado patético, el párroco susurró a través
de la ventana: "basta de predicar, ahora puedes continuar con la
Misa". Como un balón desinflado, con vergüenza y auto-compasión,
continué con la Misa. ¡Estaba seguro que la gente se habría
estado riendo y compadeciendo de este nuevo sacerdote, tímido y
joven! Después de la Misa cuando fui a la sacristía, el sacerdote
comentó: "El es un misionero de San Francisco de Sales, ¿qué
es lo que él va a predicar?". Esta es la razón por la que
me reí cuando el predicador me dijo que yo sería un predicador.
¡Pero fue una profecía!. ¡Durante los últimos
25 años, mi vida ha estado dedicada a predicar por todo el mundo!.
En el último día de retiro casi todos los participantes
dieron testimonios de sanaciones, experiencias de profecías, visiones,
lenguas, etc. Pero yo no tenía ningún testimonio que dar.
Muchos habían tenido la experiencia de encontrar a Jesús
y ¡Le habían escuchado hablándoles!. Me sentí
triste y comencé a acusarme a mi mismo de mi orgullo, de no cooperar
plenamente con el retiro y de no rendirme a la acción del Espíritu
Santo. Quizás en este punto, en lo profundo de mi corazón
empecé a desear y a tener sed del Espíritu. Con mucha curiosidad,
muchos de mis compañeros me preguntaron qué era lo que yo
había recibido en el retiro, pero no pude darles una respuesta precisa.
Fue una semana después del retiro cuando me sentí seriamente
enfermo por primera vez en mi vida. Estuve en dos hospitales durante más
de cuatro meses, y me volví débil y pálido. No podía
comer debido a los dolores en mi estómago. Tenía un dolor
muy fuerte en la espalda. Devolvía incluso los comprimidos que me
daban. No podía decir Misa de pie, así que solía decirla
desde mi cama con la ayuda de algunos otros sacerdotes. Viendo mi dolor
tan fuerte y mi estado tan patético, muchos pensaron incluso que
no sobreviviría. Al final, el diagnóstico de mi enfermedad
fue tuberculosis en el riñón además de piedras en
el riñón e infecciones. Me tendrían que aplicar noventa
inyecciones y tendría que tomar durante dos años comprimidos
para la curación de la TB. El doctor sugirió una intervención
quirúrgica en el riñón después de los noventa
días de inyecciones.
En el séptimo día después de haber empezado el
tratamiento, me ocurrió algo muy grande, que cambió toda
mi vida. Por la tarde, después de mi siesta acostumbrada, estaba
conversando desde mi cama con dos religiosas que vinieron a visitarme.
De repente, un joven de unos veinte años vino hacia mí y
me preguntó Padre, me permite que ore sobre Ud. por su sanación
. En ese momento, la Renovación Carismática no era conocida
ni difundida en Kerala, ni siquiera los sacerdotes solían orar por
la sanación. Eran más bien los pentecostales los que solían
orar por sanaciones. Como sacerdote católico, no quería que
un pentecostal me impusiera las manos a mí, un sacerdote. Cuando
le pregunté por su identidad, me dijo que hacía sólo
ocho meses que había encontrado al Señor y recibido el bautismo
y que estaba dotado con muchos carismas del Espíritu Santo. Yo no
pude creer entonces, que fuese el Espíritu quien le dijese mientras
viajaba en el autobús, que viniera al hospital y rezase sobre mí.
¡No nos habíamos conocido nunca antes!. El no esperó
por mi permiso para imponerme las manos, al terminar de compartir su testimonio,
impuso sus manos sobre mi cabeza y comenzó a orar. El oró:
Padre en el cielo, envía a tu Hijo Jesús a este sacerdote
que sufre de T.B. en el riñón, piedras en el riñón
e infecciones y restitúyele su salud completa de cuerpo y alma .
Entonces me vino a la mente, que él ¡podía haber visto
la cartilla del hospital en donde estaba escrito un informe de mis enfermedades!.
No sabía por entonces que él estaba orando con el don de
la palabra y del conocimiento. Exclamó varias veces alabanzas a
Dios y otras veces oraba también en lenguas. Sentí una especie
de poder que iba de sus manos hacia mí. Entonces empecé a
conocer el poder de la alabanza y de la oración proclamadas en voz
alta. En el retiro no pude apreciar las oraciones ruidosas con alabanzas
en voz alta (gritando). De repente pensé en la oración del
mendigo ciego, Bartimeo. El estaba rezando gritando: Jesús,
hijo de David, ten compasión de mí. Aunque los discípulos
intentaron hacerlo callar, él continuó gritando aún
más fuerte. Entonces Jesús lo llamó a su lado y le
concedió su petición (Mc 10: 46-52). ¡Las expresiones
de la boca son con seguridad expresiones del corazón! Las palabras
fuertes e intensas de la boca son la sincera efusión del gran deseo
y fe del alma. Yo clamo a Dios gritando, yo llamo a Dios y El me
escucha (Sal 77: 1). Los apóstoles en los tiempos de la primera
persecución levantaron sus voces a Dios y oraron. Su oración
fue tan poderosa que hizo temblar la casa donde se habían reunido
(Hch 4: 24-31). Fue completamente curado todo mi escepticismo sobre oraciones
estruendosas. Empecé también a orar con él con alabanzas
fuertes.
El muchacho empezó entonces orar en un tono diferente señalando
al interior de mi vida pasada. El oró: Oh Señor, este
sacerdote es un buen sacerdote, pero no es capaz de predicar tu Evangelio
porque es muy tímido debido a su complejo de inferioridad, el cual
desarrolló al principio de su niñez. Perdió a su padre
cuando tenía siete años, Señor. Se sintió rechazado
y discriminado entre los otros cinco niños con los que creció.
La madre, joven y viuda, tuvo una cantidad de problemas para sacar a sus
hijos adelante. Como él era muy gordo y tenía un tamaño
grande, sus hermanos y hermanas lo molestaban llamándole gordito
. Los compañeros de colegio lo llamaban negrito por el color
de su piel. Por esto, en su temprana infancia, este niño ha sido
muy herido. Tiene mucho resentimiento en su corazón hacia muchos.
Señor, Espíritu Santo, cura sus heridas internas y resentimientos
y dale un nuevo yo interior. Libéralo de todas sus esclavitudes
y del poder de la oscuridad. ¡Oh Espíritu Santo!, llena su
corazón con tu amor... . Yo estaba atónito con la oración.
Estaba rompiendo mi yo interior en pedazos con el poder de la Palabra de
Dios (Heb 4: 12). Todo lo que decía de mi vida era verdad. Sabía
que todo lo que había dicho en oración no estaba en el registro
del hospital. El estaba leyendo un registro, el del Espíritu Santo.
En lágrimas recordé las palabras de Jesús Yo
te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado
estas cosas a los hombres sabios y a los entendidos y se las has manifestado
a los sencillos (Lc 10: 21). Derramé otra vez lágrimas
sobre mi orgullo, especialmente sobre mi orgullo intelectual. Sentí
lo miserable que era mi conocimiento para medir y limitar la inmedible
e ilimitada sabiduría y amor de Dios. Me di cuenta que este muchacho
joven, un recién convertido, había nacido otra vez en el
Espíritu, mientras que yo, un católico tradicional, un sacerdote
ordenado, permanecía en la carne. Comencé a entender que
lo que el ojo no ha visto, ni el oído ha oído y lo que no
ha entrado en el corazón, lo que Dios ha preparado para los que
le aman, esto Dios lo ha revelado a través del Espíritu,
porque el Espíritu escudriña todo, incluso las profundidades
de Dios (I Cor 2: 9-10). Sentí el agua viva fluyendo a través
de mí liberándome. Sentí una especie de poder fluyendo
a través de mí. Hubo una sensación de calor en mi
estómago y en la parte atrás en los riñones, y creí
que el Señor me estaba curando. Hice mía la curación
y alabé a Jesús.
Al mismo tiempo, sentí en mí temor por si este hombre
que me estaba viendo transparente dijese mis pecados más escondidos,
especialmente delante de las dos religiosas. Entonces el oró "Jesús,
Tú eres quien le llamó al sacerdocio, pero él está
ofreciendo Misas con un corazón impuro y con manos impuras". Vinieron
a mi mente las palabras del profeta Malaquías y me empezaron a acusar
de mi no-santidad en el sacerdocio. '¡Oh sacerdotes que estáis
despreciando mi nombre ofreciendo ofrendas impuras en el Altar!' (Mal 1:
6-7). Continuó su oración diciendo "este sacerdote está
teniendo mucha falta de perdón hacia muchos, dale la gracia de perdonar
al prójimo y lávalo en Tu preciosa sangre y dale un corazón
más blanco que la nieve" (Is 1: 18). Para entonces, el mismo Espíritu
Santo comenzó a acusarme de mis pecados (Jn 16: 8). Yo no sabía
que el muchacho había salido de la habitación con las dos
religiosas para orar sobre otros. Vi una página blanca de papel
en frente de mi en la cual estaban escritos claramente todos mis pecados,
pecados que fueron confesados, y algunas veces escondidos en las confesiones
debido a temor o vergüenza. Vi claramente las personas a las cuales
no había perdonado y con las que todavía no me había
reconciliado en mi corazón. Vi mi corazón cubierto y oscurecido
con un velo de malos hábitos y un tul de mentira. Las palabras:
-la comunión en un corazón impuro trae condenación
(I Cor 11: 27)- comenzaron a llevarme a una profunda crisis en mi conciencia
interior. Tenía un mal hábito profundamente arraigado desde
mi juventud. Mis manos estaban incluso manchadas con el olor del tabaco.
En lágrimas dije "Señor, no puedo liberarme de estos malos
hábitos, yo soy incapaz. No puedo continuar, no puedo ser un sacerdote
puro . En lágrimas empecé a llamar a gritos al Señor,
a lo mejor era la primera vez que yo oraba llorando. Estaba en una absoluta
confusión, no sabía si es que debía dejar el sacerdocio
o continuar. El Espíritu en mí, estaba diciendo que si continuaba
debía ser un sacerdote santo, una persona diferente. Pensé
que las Misas ofrecidas en el pasado no habían sido aceptadas por
el Padre en el Cielo y que ninguna de mis oraciones habían sido
escuchadas por el Señor. Cuando fuese al Altar debería haber
perdonado y reconciliado (Mt 5: 23). Debería haber perdonado a los
otros para que mis oraciones pudieran ser efectivas (Mc 11: 25). ¡Pensé
que era un ser miserable, completamente perdido!. Estaba en una oscuridad
total, en duda y confusión. Pensé que estaba defraudando
a Dios y a otros con mi sacerdocio. En mi incapacidad oraba: "Señor
sálvame a mí, pecador".
Mi Señor Dios no me abandonó en mi desesperación.
Era la primera vez en mi vida que veía al Señor resucitado
caminando hacia mí en plena luz. Su rostro resplandecía.
Sus ropas brillaban. Estaba rodeado de muchos ángeles. Podía
escuchar la melodiosa música de los ángeles. Puso Sus manos
sobre mi hombro, y me convertí en muy pequeño delante de
El. Me habló muy claramente "James, tú eres mi sacerdote
desde siempre. Incluso cuando Yo fui concebido en el vientre de Mi Madre
(vientre de María) tú estabas ahí como un sacerdote
compartiendo Mi Sacerdocio eterno. Yo te perdono todos tus pecados y te
hago completamente nuevo". Esta fue una gran revelación para mí,
el que yo estuviese en Su cuerpo cuando El tomó la forma humana.
María había sido mi madre mucho antes que Jesús la
entregase a la humanidad desde la Cruz diciendo "He ahí a tu madre..."
Realmente experimenté la cercanía de "mamá María",
sentí como era consolado y curado en su regazo aunque no la veía.
No tengo palabras para expresar mis experiencias en este éxtasis
que duró más de tres horas y media. El Señor me dijo
que hiciese una buena confesión general de mi vida pasada. También
me instruyó para que fuera y me reconciliara con aquellos hacia
los cuales no tenía buenos sentimientos. En mi largo periodo de
seminarista o en el Noviciado- nunca tuve la experiencia de un encuentro
con Jesús o de escuchar esta dulce voz, aunque mi maestro de noviciado
y mis directores espirituales intentaron enseñarme a contemplar
y a orar. Ahora yo se que la oración y la contemplación no
es algo que yo podía conseguir sino que sólo podía
recibir como un puro don del Espíritu.
Desperté de mi sueño lleno de gracia cuando una enfermera
me llamó por mi nombre. Yo la vi delante de mi con las inyecciones
y los comprimidos. Con mucha alegría le dije que había tenido
una profunda experiencia de un toque de Jesús y que estaba curado.
Cuando ella se marchó de la habitación, estaba alabando a
Dios con una voz muy extraña, sentía que mi lenguaje y mis
palabras eran acalladas y que el Espíritu Santo me daba otro lenguaje
y otras palabras cuyo significado era ininteligible para mí. El
mismo don, el don de lenguas, el cual yo no había querido, me fue
dado por el Señor. Yo estaba realmente intentando comprender con
todos los creyentes la anchura, longitud, altura y profundidad del insondable
amor de Dios manifestado a través de Jesús, Su Hijo (Ef 3:
18). Después de un rato, el doctor que diagnosticó mi enfermedad
y prescribió las medicinas vino y me reprendió por no tomarlas.
Me dijo "padre, Ud. es un sacerdote, creo que tiene un poco de sentido
común y conocimiento, ¿cree Ud. que ha sido curado por la
oración de ese muchacho recién convertido?. Si no toma las
medicinas va a tener una recaída". Yo dije "lo siento doctor, tomaré
los medicamentos pero sé que he sido curado por la oración
de este muchacho". Tomé los comprimidos y me sometí a la
inyección delante del doctor, porque sabía que doctores y
medicinas estaban en el plan de Dios y prometí que continuaría
con el tratamiento hasta que él dijera lo contrario (Sir 38: 1-2).
Estaba feliz y alegre. Comencé a contar mi curación a
la gente de mi alrededor y a las religiosas. Esa misma noche tuve un sueño
profundo y rítmico sin necesidad de pastillas para dormir. Esta
fue la primera curación física que recibí. Desde que
empecé con la enfermedad del riñón no podía
dormir sin sedantes. Me levanté a las cuatro de la mañana
como si alguien me hubiese despertado. Seguramente fue el Señor
(desde ese día yo hago mi oración personal diaria a las 4
de la mañana). Me senté en mi silla y oré durante
una hora y media con la misma experiencia -o incluso con mucha más-
que el día anterior. En esta oración el Señor puso
Su Sabiduría en mi boca y me dió poder para predicar Su Reino
y me mandó renunciar a mi puesto como profesor en el seminario e
ir a predicar. Después de la oración di un paseo matutino
de una hora. ¡Hasta el día anterior era incapaz de levantarme
sin ayuda de la cama y de caminar solo por la habitación!. Después
de tomar un baño me fui a la Capilla y celebré Misa para
más de ciento cincuenta personas. La lectura del Evangelio fue Lucas
diecinueve, la historia de Zaqueo. Sin ninguna preparación previa,
confiando completamente en el Espíritu Santo fui capaz de predicar
durante dieciocho minutos y además mirando a la gente a la cara.
Sentí que estaba completamente liberado de la carga y de la esclavitud
del temor y del complejo de inferioridad. Sentí una intimidad especial
con aquellos que estaban en la Misa. Podía mirarlos con libertad
y quererlos y sentir que cada uno era mi hermano o hermana. Después
de la Misa, habiendo notado el doctor el cambio en mi comportamiento, ordenó
una repetición de todas las pruebas de laboratorio. Entonces me
llamó a su habitación y me enseñó los antiguos
y los nuevos resultados de las pruebas clínicas y me confirmó
que mi riñón estaba completamente curado, que podía
dejar de tomar las medicinas y que estaba dado de alta del hospital. Yo
no se como explicar la alegría que sentí en ese momento.
Dije "alabado sea el Señor", abracé al doctor y abandoné
el hospital.
Salí del hospital como un hombre nuevo con nuevas decisiones
y determinaciones. Decidí vivir sólo para Jesús y
pasar mi vida predicando Su Reino. Renuncié a mi trabajo como profesor
y salí a predicar después de haber pasado cuarenta días
ayunando y orando. Desde el 17 de Febrero de 1976 cuando prediqué
mi primer retiro carismático, probablemente el primer retiro carismático
en Kerala predicado en malayo, hasta ahora he empleado solamente mi tiempo
predicando Su Palabra. Mis superiores afectuosamente, me ofrecieron entonces
varias oportunidades para ir a Alemania o a Roma para efectuar mi doctorado,
pero las rechacé porque el Espíritu me dijo, "Yo soy suficiente
para ti". "El que pone la mano en el arado y mira atrás no es apto
para el Reino de Dios" (Lc 9: 62). Cuando era seminarista y veía
que muchos de mis compañeros eran enviados al extranjero para cursar
estudios superiores, sentía un gran deseo de ir al extranjero para
hacer mis doctorados. Gracias a Dios, ahora el Señor ha hecho realidad
mi deseo con mis continuas predicaciones de "el Reino" en el extranjero.
¡Qué verdad es que cuando nosotros rendimos cualquiera de
nuestros deseos por amor al Señor, El nos los retornará multiplicados
por cien!. Cierto es que Jesús hizo uso de mí para construir
una casa de oración para El en Athirampuzha, Kerala, conocida como
Charis Bhavan. En mis prédicas en los retiros, convenciones y servicios
de sanación me he encontrado con oposiciones e incluso con persecuciones.
Pero la Palabra de Dios, que dice que todo el que quiera vivir una vida
santa será perseguido, me consoló y me dio fuerzas (II Tim
3: 12) Yo se que todos los dones y poderes que a mí me han sido
dados, un ser débil, en una vasija de barro son para contemplar
el tesoro de Su Poder (II Cor 4: 7). Con San Pablo, yo también diré
que tengo la fuerza para todo, a través de El que me da poder (Fil
4: 13). Su poder se manifestó en el tiempo de mi secuestro, en el
mundo musulmán de los países árabes, y en tiempos
de insultos y malentendidos por parte de mis propios superiores y amigos.
Concluyo mi testimonio con las palabras de San Pedro, "Queridos, no os
extrañéis como si fuera algo raro, de veros sometidos al
fuego de la prueba, al contrario, alegraos de participar en los sufrimientos
de Cristo, para que, asimismo, os podáis alegrar gozosos el día
en que se manifieste Su Gloria. Dichosos vosotros si sois ultrajados en
nombre de Cristo, pues el Espíritu de la gloria, que es el Espíritu
de Dios, alienta en vosotros". (I Pe 4: 12-14).