sábado, 25 de septiembre de 2010

EL BAUTISMO EN EL ESPIRITU

ENCUENTRO DE SERVIDORES DE LA DIOCESIS DE LOS ANGELES

EL BAUTISMO EN EL ESPIRITU SANTO
A LA LUZ DEL NUEVO TESTAMENTO.

Por LUIS MARTIN

Trataré de ofrecer en forma de aproximaciones las sugerencias y reflexiones que me ofrece una lectura atenta del Nuevo Testamento a propósito de la expresión EL QUE BAUTIZA EN EL ESPIRITU SANTO.

He aquí los textos:
El os bautizará en Espíritu Santo y fuego (Mt 3,10 Lc 3,16),
Él os bautizará con Espíritu Santo (Mc 1,8).
Ése es el que bautiza con Espíritu Santo (Jn 1,33).

Y en forma parecida:

Vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo (Hch 1,5 y 11,16), en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados (1 Co 12,13).

El discurso de Pedro en Jerusalén ofrece algunas pistas para llegar a una mejor comprensión de los mismos:

Había empezado yo a hablar cuando cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como al principio había caído sobre nosotros. Me acordé entonces de aquellas palabras que dijo el Señor: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo...” (Hch 11,15-16).

1) Pedro hace referencia a dos efusiones importantes del Espíritu: la de Pentecostés y la que sobrevino sobre Cornelio y su familia, considerada como el Pentecostés de los gentiles. En ambos casos se trata del cumplimiento de la promesa que hizo Jesús de ser bautizados en el Espíritu Santo, y que es “la Promesa del Padre” (Hch 1,4; 2,39).

2) Pentecostés es una superabundancia, una plenitud: “ser bautizados en el Espíritu Santo” es lo mismo que ser sumergidos en el mismo, del cual se nos presenta el agua como una imagen expresiva.


En el bautismo de Juan el hombre “exterior” era sumergido en el agua, como signo de penitencia. Ser bautizado en el Espíritu Santo indica que el Hombre “interior” es sumergido en el mismo Espíritu y queda inundado, empapado y transido. Cada parte del “hombre Interior” queda afectado por el poder transformador del Espíritu, “por la acción del Espíritu en el hombre Interior” (Ef 3,16), lo que explica el empleo tan reiterativo de la expresión “ser llenos” del Espíritu Santo (Hch 2.4: 4.8: 4,31: 7,55; 9,17; 13,9): es una verdadera plenitud.

3) Esta plenitud se da primordialmente en las facultades superiores del hombre, mente, voluntad, corazón, y es así como los cristianos quedan “sellados con el Espíritu Santo de la Promesa” (Ef 1,13).

Pero afecta también a toda la persona y, consiguientemente, al cuerpo que es signo y expresión del espíritu y de cuanto en él sucede. Los efectos de la presencia del Espíritu se extienden también al cuerpo, originándose manifestaciones típicas como las curaciones, hablar en lenguas, don de lágrimas, la alabanza, la contemplación.

El cuerpo humano, que ya de por si es obra de belleza y expresividad, se convierte entonces “para el Señor y el Señor para el cuerpo” (1 Co 6,13) y adquiere la gran categoría de “templo del Espíritu” (1 Co 6,19), como anticipo del “cuerpo espiritual” (1 Co 15.44), incorruptible e inmortal que será en la Consumación.

4) La recepción del Espíritu era algo que se experimentaba no sólo en Pentecostés, sino en cada efusión. (Hch 4,31). Era algo consciente y recognoscible.
Por esto Pablo consideraba la efusión del Espíritu como prueba de nuestra condición de hijos de Dios: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo... (Ga 4,6). Lo mismo Juan: En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. (1 Jn 4,13 y 3.24).

Para el cristiano es la garantía de una esperanza que “no falla porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rm 5,5). Como prenda y garantía de todo lo que esperamos “nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones”. (2 Co 1.21; 5.5).

5) El ser bautizados en el Espíritu tal como Jesús prometió, se inaugura con la efusión de Pentecostés.

Fieles al mandato del Señor, los Apóstoles siguieron administrando después el bautismo de agua como iniciación al reino mesiánico, con el que se perdonaban los pecados y se recibía el Espíritu Santo: “Convertíos; que cada uno reciba el bautismo en nombre de Jesucristo, para el perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”. (Hch 2,38; 9,17-18; 19,5-6).

En el Libro de los Hechos el Bautismo en el Espíritu se relaciona siempre con el bautismo Sacramental. Bautismo de agua y efusión del Espíritu son dos aspectos de la consagración cristiana, en la que el hombre renace “de agua y de Espíritu”(Jn 3.5) y, al mismo tiempo, una actualización del acontecimiento de Pentecostés.

Estos dos aspectos diríamos que son la dimensión sacramental y la dimensión carismática de una misma unidad, siendo siempre libre el Espíritu para derramarse carismáticamente fuera de todo esquema sacramental.

En ciertos momentos diríamos que predomina uno de estos aspectos o que coinciden ambos:

- Pentecostés de los Apóstoles (Hch 2.1-41) y oración de los Apóstoles en la persecución (Hch 4.23-31): predominio de la dimensión carismática.

- Pedro y Juan en la comunidad de Samaría (Hch 8,14•17), discípulos de Efeso (Hch 19,1-7): se da dimensión sacramental y experiencia carismática:

- Cornelio y familia (Hch 10,1-48): experiencia carismática seguida de dimensión sacramental.

No hay más que un solo bautismo (Ef 4,5).

6) La recepción del Espíritu fue para la Iglesia primitiva el acontecimiento más importante de la iniciación cristiana. Una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas obras de Dios y los prodigios del mundo futuro. (Hb 6,4•5): aquella recepción o efusión implicaba presencia y experiencia del Espíritu.

No hay pasaje en el Nuevo Testamento que nos de pie para pensar en una auténtica iniciación cristiana sin el Espíritu: “en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados... y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12,13).

7) A la vista de estos datos podemos apreciar la diferencia de perspectiva entre los cristianos primitivos y nosotros.

Ellos llegaban a la fe a partir de una conversión y una opción, muy personal y consciente, que hacían por el Señor, Cristo Jesús Resucitado tal como se lo presentaba el kerigma. Tras larga y profunda preparación de catecumenado, tal como se fue implantando posteriormente, se recibían los sacramentos de la iniciación cristiana. Aquella vivencia y presencia del Espíritu del Señor era algo inolvidable en la vida de aquellos cristianos. La experiencia del Señor resultaba por tanto algo normal para todos los cristianos.

En cambio el cristiano convencional de hoy día ha recibido los sacramentos de la iniciación en su más tierna infancia y difícilmente si llega a tomar conciencia de su compromiso bautismal, menos aun a una verdadera experiencia de la presencia del Señor en su vida, de su Espíritu. La experiencia del Espíritu no es algo común, por lo que se la ha considerado como algo que no es normal.

Esto se fue imponiendo de manera insensible a lo largo de la historia, motivado en parte por la normativa que se fue introduciendo de bautizar a los niños, y en no menor parte por la pérdida de la esperanza escatológica y las reacciones contra todos los movimientos espiritualistas que acentuaron lo carismático en contra de lo institucional en la Iglesia.

Resultado final: todos lo conocemos.
Para una gran mayoría de cristianos el Espíritu Santo no es más que un articulo de fe, es decir, una fe puramente confesional en el Espíritu Santo y en sus carismas, pero no una vivencia del Espíritu que lleve a una apertura a su acción, a sus dones, y a una relación de intimidad con el misterio trinitario.

8) La Renovación Carismática nos hace ver que la experiencia neotestamentaria del Espíritu del Señor ha de ser algo normal para cada cristiano y una experiencia común en la Iglesia: “la Promesa ?es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro” (Hch 2,29) .

9) Esta experiencia carismática que falta en tantos cristianos, a pesar de toda la objetividad de la dimensión sacramental, es la que sería de desear para todos, experiencia que nos llevaría a descubrir y actualizar los sacramentos de la iniciación y su verdadera identidad cristiana. El cristiano es carismático por definición, lo mismo que la Iglesia.
El sacramento del bautismo se ha separado demasiado de la recepción del Espíritu Santo, quedando ésta como relegada a la Confirmación y fragmentada la iniciación cristiana en partes temporalmente separadas. Es preciso recuperar este aspecto carismático en el Sacramento del Bautismo.

10) La efusión del Espíritu o bautismo en el Espíritu, de que tanto se habla en la Renovación Carismática, pretende darnos esto: tomar conciencia, experimentar y también abrirnos al Espíritu del Señor Resucitado, y a partir de aquí iniciar una relación de intimidad con el mismo, una liberación interior para dar paso a un proceso de transformación interior, crecer y caminar constantemente en el Espíritu.

( DE SIERVOSCAS.COM)

sábado, 18 de septiembre de 2010

FIESTAS PATRIAS EN CHILE

La RCC de Los Angeles, en fraternal visita al Obispo Felipe Bacarreza
FELICES FIESTAS PATRIAS A TODOS LOS CHILENOS QUE VIVEN EN EL PAIS, Y A LOS QUE ESTAN LEJOS FISICAMENTE, PERO UNIDOS COMO FAMILIA CHILENA CON EL CORAZON.

¡GRACIAS SEÑOR POR LA PATRIA, POR ESTE PAIS TAN HERMOSO!

martes, 14 de septiembre de 2010

¡¡¡¡¡¡LLEGÓ LA REVISTA PENTECOSTES!!!!!


LLEGÓ LA REVISTA PENTECOSTÉS.... UNA REVISTA DE MUY BUENA CALIDAD, TEMAS FUNDAMENTALES, TESTIMONIOS. ¡CONSULTA CON TU SERVIDOR GUIA...NO TE QUEDES SIN ELLA!

sábado, 11 de septiembre de 2010

¡EL MANZANO EN FLOR!

(Disfruta:Pincha la foto para ampliar)

¡Miren cómo crecen las flores del campo! No trabajan ni tejen, pero yo les aseguro que ni Salomón en el esplendor de su gloria se vistió como una de esas flores. Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy florece y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe? Mt. 6, 25-34

MI MANZANO EN FLOR HA FLORECIDO:

Luego de estar largos día en cama por una fuerte gripe invernal, salí un a tarde de mi casa, ya convaleciente. Había sol, y la brisa estaba tibia.Y en el frontis de mi casa, estaba él. Era mi árbol querido , el manzano en flor, que me recibía con los brazos abiertos, engalanado de hermosura. Sonreí al ver sus flores tan bellas, de un color tan intenso. Sonreí al disfrutar de la sencilla maravilla de esas flores tan llenas de amor.

¡Gracias, Señor, porque tu renuevas Tu Amor cada día, y nos regalas hermosura en tantas cosas sencillas. Gracias Señor, por el regalo de este manzano en flor!
Carlos Moreno Pezo