DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA
Viernes 31 de octubre de 2008
Eminencia;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
Con mucho gusto os doy mi más cordial bienvenida y os agradezco esta visita con motivo del II Encuentro internacional de obispos que acompañan a las nuevas comunidades de la Renovación carismática católica, del Consejo internacional de la Fraternidad católica de comunidades y asociaciones carismáticas de la Alianza y, por último, de la XIII Conferencia internacional, convocada en Asís, sobre el tema: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, fuerza y sabiduría de Dios" (cf. 1 Co 1, 23-24), en el que participan las principales comunidades de la Renovación carismática en el mundo. Os saludo a vosotros, queridos hermanos en el episcopado, así como a todos los que trabajáis al servicio de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades. Dirijo un saludo especial al profesor Matteo Calisi, presidente de la Fraternidad católica, que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos.
Como ya he afirmado en otras circunstancias, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, que han florecido después del concilio Vaticano II, constituyen un don singular del Señor y un valioso recurso para la vida de la Iglesia. Es preciso acogerlos con confianza y valorarlos en sus diferentes contribuciones que han de ponerse al servicio de la utilidad común de manera ordenada y fecunda. Es de gran interés vuestra reflexión actual sobre el carácter central de Cristo en la predicación, así como sobre la importancia de "los carismas en la vida de la Iglesia particular", haciendo referencia a la teología paulina, al Nuevo Testamento y a la experiencia de la Renovación carismática.
Lo que vemos en el Nuevo Testamento sobre los carismas, que surgieron como signos visibles de la venida del Espíritu Santo, no es un acontecimiento histórico del pasado, sino una realidad siempre viva: el mismo Espíritu divino, alma de la Iglesia, actúa en ella en todas las épocas, y sus intervenciones, misteriosas y eficaces, se manifiestan en nuestro tiempo de manera providencial. Los movimientos y las nuevas comunidades son como irrupciones del Espíritu Santo en la Iglesia y en la sociedad contemporánea. Entonces podemos decir muy bien que uno de los elementos y de los aspectos positivos de las comunidades de la Renovación carismática católica es precisamente la importancia que en ellas tienen los carismas o dones del Espíritu Santo y su mérito consiste en haber recordado en la Iglesia su actualidad.
El concilio Vaticano II, en varios documentos, hace referencia a los movimientos y a las nuevas comunidades eclesiales, especialmente en la constitución dogmática Lumen gentium, donde se dice: "Los carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo" (n. 12). Después, también el Catecismo de la Iglesia católica ha subrayado el valor y la importancia de los nuevos carismas en la Iglesia, cuya autenticidad es garantizada por la disponibilidad a someterse al discernimiento de la autoridad eclesiástica (cf. n. 2003). Precisamente por el hecho de que somos testigos de un prometedor florecimiento de movimientos y comunidades eclesiales, es importante que los pastores ejerzan con respecto a ellos un discernimiento prudente, sabio y benévolo.
Deseo de corazón que se intensifique el diálogo entre pastores y movimientos eclesiales en todos los niveles: en las parroquias, en las diócesis y con la Sede apostólica. Sé que se están estudiando formas oportunas para dar reconocimiento pontificio a los nuevos movimientos y comunidades eclesiales, y muchos ya lo han recibido. Los pastores, especialmente los obispos, por el deber de discernimiento que les compete, no pueden desconocer este dato: el reconocimiento o la erección de asociaciones internacionales por parte de la Santa Sede para la Iglesia universal (cf. Congregación para los obispos, Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, Apostolorum Successores, cap. 4, 8).
Queridos hermanos y hermanas, entre estas nuevas realidades eclesiales reconocidas por la Santa Sede se encuentra también vuestra Fraternidad católica de comunidades y asociaciones carismáticas de la Alianza, asociación internacional de fieles, que desempeña una misión específica en el seno de la Renovación carismática católica (cf. Decreto del Consejo pontificio para los laicos, 30 de noviembre de 1990, prot. 1585/S-6//B-SO).
Uno de sus objetivos, según las indicaciones de mi venerado predecesor Juan Pablo II, consiste en salvaguardar la identidad católica de las comunidades carismáticas y alentarlas a mantener un vínculo estrecho con los obispos y con el Romano Pontífice (cf. Carta autógrafa a la Fraternidad católica, 1 de junio de 1998: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de junio de 1998, p. 11). Asimismo, me ha complacido saber que se propone constituir un centro de formación permanente para los miembros y los responsables de las comunidades carismáticas. Esto permitirá a la Fraternidad católica desempeñar mejor su propia misión eclesial orientada a la evangelización, a la liturgia, a la adoración, al ecumenismo, a la familia, a los jóvenes y a las vocaciones de especial consagración; misión que se verá favorecida por el traslado de la sede internacional de la asociación a Roma, para poder mantener un contacto más cercano con el Consejo pontificio para los laicos.
Queridos hermanos y hermanas, la salvaguarda de la fidelidad a la identidad católica y del carácter eclesial de cada una de vuestras comunidades os permitirá dar por doquier un testimonio vivo y operante del profundo misterio de la Iglesia. Y esto promoverá la capacidad de las diferentes comunidades de atraer a nuevos miembros.
Encomiendo los trabajos de vuestros respectivos congresos a la protección de María, Madre de la Iglesia, templo vivo del Espíritu Santo, y a la intercesión de san Francisco y santa Clara de Asís, ejemplos de santidad y de renovación espiritual, mientras os imparto de corazón a vosotros y a todas vuestras comunidades una bendición apostólica especial.