El canto introducido
debe ser el reflejo de la Palabra de Dios y de la alabanza; a la que hace más
intensa, profunda y hermosa. Por eso, se deben desterrar los cantos
sentimentales, los que no son portadores de un mensaje o, teniéndolo, no están
de acuerdo con la calidad u orientación que el Espíritu va imprimiendo a la
oración.
El canto debe
expresar lo que la reunión de oración está viviendo en su corazón. Si algo ha
de tenerse en cuenta es que exista una gran armonía entre la voz, el corazón y
el espíritu.
El canto debe
prolongar, expresar, profundizar la oración y no provocarla artificialmente. Esto
exige de parte de todo el grupo, sobre todo de los servidores y, más
concretamente, del que dirige la oración, estar atento a:
– No imponer el canto
fuera de tiempo, como algo con lo que pretende dar variedad o animar la oración
mortecina y a La deriva. Esto, no favorecerá nunca la Oración.
– Estar a la escucha
del Señor para discernir qué canto se debe introducir y cuándo.
Si esto se realiza en
atención, pacificante, el Espíritu suele utilizarlo para obrar maravillas en su
actuar.
En este aspecto,
como en los demás, el Grupo de Oración necesita una lenta, paciente y constante
educación por parte de los servidores, quienes, a su vez, deben ser los
primeros educados.
Cuando el canto ha
sido intenso y ungido en el Espíritu, se pasa, sin esfuerzo, suscitada por El,
a la alabanza en lenguas y de ésta, al canto en lenguas. Cuando se da es
conveniente acompañar a la asamblea haciendo sonar en el instrumento musical, un solo
registro. El cambio a otros, se hace progresivamente en los que cantan, de modo
que siempre se dé un canto armonioso, uno de los signos de
ser un “canto en el Espíritu”.
(Fuente: RCC de Cuba)