Cuando la mayoría de los laicos se ve ante la posibilidad de orar por
otras personas para pedir sanación, se sienten temerosas porque se creen
carentes de la suficiente fe. La fe personal de la mayoría se vuelve un nudo,
incluso la de aquellas personas que han estado orando durante muchos años por
los enfermos. El Señor sólo nos pide que tengamos fe como un grano de
mostaza. Es aconsejable poner toda nuestra atención en Jesús, haciendo
énfasis en el Señor y no en nuestra propia fe. Al poner nuestra fe en el amor
de Jesús durante la oración, podemos orar de la siguiente manera: “Señor, tú
amas a esta persona. Yo estoy aquí para canalizar tu amor y creo y confío en
tu amor”. Luego, si es posible, visualice a Jesús allí de pie con sus manos
sobre la persona por la que se está orando; pídale a ella que haga también
esta visualización. La visualización es muy importante en el ministerio de la
sanación porque ayuda a enfocamos en Jesús y no en la fe suya o en la de la
persona por la que se está orando.
El don carismático de la sanación, como yo lo entiendo, es una
apertura, una “pasividad” hacia el Señor. No lo puede encender y apagar.
Inclusive si usted se siente como un tubo oxidado, el amor del Señor puede
fluir a través suyo. El agua cristalina corre por tubos oxidados. Por esto,
cuando se les enseña a los niños a orar, ocurren milagros. Los niños no
tienen los complejos de los adultos. Hace algunos años, un grupo de
misioneros en el Africa tradujo el Evangelio de San Juan a la lengua nativa
del lugar antes de que fueran expulsados por el gobierno. Al regreso de los
misioneros años más tarde, estos se quedaron atónitos al ver que los enfermos
de las diversas poblaciones estaban sanos. Atribuyeron esto al hecho de que
la gente estaba leyendo el Evangelio de San Juan, a que creían de todo
corazón en lo que leían y a que vivían la vida cristiana escrita en el
Evangelio. Esto dice mucho de cómo obra la fe en los niños y en las personas
simples.: sencillamente creen. Niños de tres, cuatro, cinco años de edad han
dicho: “Déjame orar por tí”
Los niños oran y después corren a jugar. Poco
después la mamá está sorprendida porque se sanó. En repetidas ocasiones he
escuchado esta historia. Los chicos no han sido educados en teología. El
Evangelio de Jesús siempre ha sido para todos los hombres sin distingos de
raza, y es relativamente fácil de seguir. No es sólo para los intelectuales o
los teólogos, es para todo aquel que esté abierto a El.
Hoy en día, muchos jóvenes se están adhiriendo a sectas religiosas
orientales, situación que nos preocupa. Para sus seguidores, el atractivo de
estas sectas religiosas parece radicar en que éstas profesan la garantía de
un conocimiento profundo que conlleva a la felicidad. Puedes ir a la cima de
una montaña y sentarte con un gurú y aprender los secretos de todos los
tiempos, así dicen. Sin embargo, ¿no tiene sentido que tú tengas el Evangelio
de Jesús que enseña a entregarse y a enlodarse los pies y ayudar al pobre, o
te permite encerrarte en un armario y alcanzar la más alta contemplación? La
cristiandad es, ciertamente, la religión más realista. Jesús tenía los pies
en la tierra aunque pasó noches enteras orando en las montañas. Ya que
profesamos la fe cristiana, sea en lo más alto de una montaña o en las calles
de Calcuta o en las ciudades donde vivimos, cree en el amor de Jesús
acompañándolo, confía en el amor del Señor para sanar. “No se turben; ustedes
creen en Dios, crean también en mí” (Jn. 14:1).
“Señor Jesús, creemos en tu amor y creemos en tí, pero existen
momentos en que estamos pensando sólo en nosotros. En estos momentos, cuando
nuestra fe se tambalea, ayúdanos a centrar de nuevo nuestra atención en tí y
en tu amor. Quédate con nosotros, Jesús, dondequiera que estemos, para
traernos de regreso a tu luz sanadora”.
(P. Roberto de Grandis)
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