jueves, 12 de diciembre de 2013

¿COMO VIVIR UN NUEVO PENTECOSTÉS?


 

El poder de lo alto
Todos hemos visto en alguna ocasión la escena de un coche averiado: dentro está el conductor y
detrás una o dos personas empujando fatigosamente el vehículo, intentando inútilmente darle la
velocidad necesaria para que arranque. Se detienen, se secan el sudor, vuelven a empujar... Y de
repente, un ruido, el motor se pone en marcha, el coche avanza y los que lo empujaban se yerguen
con un suspiro de alivio. Es una imagen de lo que ocurre en la vida cristiana. Se camina a fuerza de
impulsos, con fatiga, sin grandes progresos.


 Y pensar que tenemos a disposición un motor
potentísimo («¡el poder de lo alto!») que espera sólo que se le ponga en marcha. La fiesta de
Pentecostés debería ayudarnos a descubrir este motor y cómo ponerlo en movimiento.
 

El relato de Hechos de los Apóstoles comienza diciendo: «Al llegar el día de Pentecostés, estaban
todos reunidos en un mismo lugar». De estas palabras deducimos que Pentecostés preexistía... a
Pentecostés. En otras palabras: había ya una fiesta de Pentecostés en el judaísmo y fue durante tal
fiesta que descendió el Espíritu Santo. No se entiende el Pentecostés cristiano sin tener en cuenta el
Pentecostés judío que lo preparó. En el Antiguo Testamento ha habido dos interpretaciones de la
fiesta de Pentecostés. Al principio era la fiesta de las siete semanas, la fiesta de la cosecha, cuando
se ofrecía a Dios la primicia del trigo; pero sucesivamente, y ciertamente en tiempos de Jesús, la
fiesta se había enriquecido de un nuevo significado: era la fiesta de la entrega de la ley en el monte
Sinaí y de la alianza.
Si el Espíritu Santo viene sobre la Iglesia precisamente el día en que en Israel se celebraba la fiesta
de la ley y de la alianza es para indicar que el Espíritu Santo es la ley nueva, la ley espiritual que sella
la nueva y eterna alianza. Una ley escrita ya no sobre tablas de piedra, sino ! en tablas de carne, que
son los corazones de los hombres. Estas consideraciones suscitan de inmediato un interrogante:
¿vivimos bajo la antigua ley o bajo la ley nueva?
¿Cumplimos nuestros deberes religiosos por constricción, por temor y por acostumbramiento, o en
cambio por convicción íntima y casi por atracción? ¿Sentimos a Dios como padre o como patrón?
 

Concluyo con una historia. A principios del XX, una familia del sur de Italia emigra a los Estados
Unidos. Como carecen de suficiente dinero para pagar las comidas en el restaurante, llevan consigo
vianda para el viaje: pan y queso. Con el paso de los días y de las semanas el pan se endurece y el
queso enmohece; en cierto momento, el hijo no lo aguanta más y no hace más que llorar. Entonces
sus padres sacan la poca calderilla que les queda y se la dan para que disfrute de una buena comida
en el restaurante. El hijo va, come ! y vuelve a sus padres bañado en lágrimas. «¿Cómo? Hemos
gastado todo para pagarte un almuerzo, ¿y sigues llorando?». «Lloro porque he descubierto que una
comida al día en el restaurante estaba incluida en el precio, ¡y hemos pasado todo el tiempo a pan y
queso!». Muchos cristianos realizan la travesía de la vida «a pan y queso», sin alegría, sin
entusiasmo, cuando podrían, espiritualmente hablando, disfrutar cada día de todo «bien de Dios»,
todo «incluido en el precio» de ser cristianos.
El secreto para experimentar aquello que Juan XXIII llamaba «un nuevo Pentecostés» se llama
oración. ¡Es ahí donde se prende la «chispa» que enciende el motor! Jesús ha prometido que el
Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan (Lc 11, 13). Entonces, ¡! pedir! La liturgia
de Pentecostés nos ofrece magníficas expresiones para hacerlo: «Ven, Espíritu Santo... Ven, Padre
de los pobres; ven, dador de los dones; ven, luz de los corazones. En el esfuerzo, descanso; refugio
en las horas de fuego; consuelo en el llanto. ¡Ven Espíritu Santo!».

(Padre Rainiero CAntalamessa)

2 comentarios:

  1. MUCHAS GRACIAS POR SU BLOG , DE GRAN AYUDA PARA NOSOTROS QUE ESTAMOS EN LA RCC

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