En este texto, El Señor nos ofrece Vida Eterna. Para ello, Jesús vivió la crucifixión, con todos los sufrimientos que ello trajo aparejado. De esta forma nos abrió las puertas para entrar al cielo.
Estimados hermanos, siento que esta vida terrenal que el Señor nos regala es un camino hacia la Vida Eterna. No obstante, esta vida debemos vivirla también con dignidad. Con la dignidad de Hijos de Dios.
Existe la tentación de muchos de vivir ostentosa y vanamente esta vida, "como si no hubiera otra". A la vez, muchos encuentran que ser cristiano es desprenderse de todo lo material. Ciertamente, algunos elegidos han vivido una vida de renuncia absoluta. Otros, desviados, han hecho de este mundo una embriaguez de los sentidos.
Oremos al Señor para que nos muestre nuestro sentido de vida, y nuestra vocación. Pero, primeramente, vivamos dignamente esta vida que Dios nos regala. Ni tan apegados, ni tan desprendidos del mundo, pues los hijos de Dios tienen dignidad. CAminemos en el justo equilibrio entre este mundo y la Vida eterna. No adoremos las cosas que mueren, y busquemos al Señor de la vida. Y con dignidad. Con mucha dignidad.
¡Eres Hijos de Dios!
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