Aparentemente, entre más oremos con el enfermo, más relajada y
profunda se vuelve la oración. Si éste es el caso, es valioso orar por él
tantas veces como sea posible. Así como existen barreras a la sanación, el
enfermo tiene barreras también y entre más se ore por él, más receptivo se
volverá y más barreras se removerán, permitiendo que el amor de Dios fluya
libremente.
Generalmente, cuando las familias me traen a sus enfermos, les digo:
“Oren por ellos tres veces al día: en la mañana, al mediodía y en la noche.
Impongan las manos sobre ellos por lo menos tres veces al día. Oren tantas
veces como les sea posible, especialmente por los enfermos que hay en casa ya
que se consiguen muchas más cosas de las que se creen mediante la oración”.
Raras veces oramos demasiado por los enfermos. El peligro está en que oramos
muy poco, no lo contrario. Es imperativo que nunca dejemos de orar, sin
importar que tanto lo hayamos hecho con nuestros enfermos antes. Jesús es el
modelo que debemos seguir ya que El dedicó mucho tiempo de su vida a la
oración.
Nosotros mismos estamos recibiendo la sanación cuando oramos por los
enfermos. Estamos creciendo en amor, fe y confianza. Este crecimiento, además
de justificar nuestra preocupación por la sanación de los enfermos, debe
justificar una frecuente oración. Por lo tanto, sea constante y ore por los
enfermos tantas veces como le sea posible.
“Señor Jesús, fortalécenos y haznos alcanzar la fe. Pon tus manos
sobre los enfermos sabiendo que tu deseo de sanación es más fuerte que el
nuestro. Al seguir tu ejemplo, Jesús, ayúdanos a percibir las necesidades de
tu pueblo y a ayudar con compasión. Gracias, Jesús”.
(Roberto De Grandis)
(Roberto De Grandis)
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