jueves, 28 de junio de 2012

L A IGLESIA SOMOS TODOS ( ¿Me amas , Pedro?)

¿Quién es Jesús para ti?
Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre? Ellos le dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas. Él les dijo: Ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Simón tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el hijo del Dios vivo. Jesús le respondió: Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de Dios; y lo que ates en la tierra, quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en los cielos.” (Mt 16, 13-19).
Jesús hace un sondeo sobre la opinión que de Él tiene la gente y sobre la que ellos tienen. Pedro, con decisión, toma por primero la palabra para confesar, ante sus condiscípulos, la fe en la divinidad y en la misión salvadora de Jesús. Más tarde, en previsión de las negaciones de Pedro en la noche de la pasión, Jesús le dijo: “Y tú, una vez convertido, confirma en la fe a tus hermanos”.
La autoridad en la Iglesia no se identifica con el poder, los privilegios, el prestigio, los atuendos, al estilo de las autoridades políticas, sino que se realiza en el amor de gratitud a Dios y en el amor salvífico para con el prójimo. Por eso Jesús dijo a Pedro: “¿Me amas, Pedro?... Apacienta mis ovejas y mis corderos”. Solamente en unión con Cristo resucitado presente, la autoridad eclesiástica --como también los simples fieles--, puede realizar la obra de salvación. “Separados de mí, no pueden hacer nada”.
Los puestos de servicio en la Iglesia deberían ocuparlos, no los que tienen más títulos y más prestigio, sino quienes mejor viven en unión real con Cristo, Cabeza de la Iglesia, y en el amor salvífico al pueblo de Dios, a imitación del Buen Pastor. Jesús constituye a Pedro como príncipe y servidor de su Iglesia, sin más privilegios que el de ser el primero en hacerse el último y servidor de todos, y en dar la vida por la salvación de los hombres, como el Maestro. El “Siervo de los siervos de Dios”.
Cristo le asegura a Pedro y a sus sucesores que las fuerzas del mal no prevalecerán contra su Iglesia, porque Él permanece con ellos y con nosotros hasta el fin del mundo, a pesar de los escándalos e infidelidades de algunos pastores y fieles, pues nuestra fe no se fundamenta ni en los sacerdotes, ni en los obispos, ni en los cardenales, siquiera y tampoco en el papa, sino solo en Cristo resucitado presente en su Iglesia, guiada infaliblemente por Él mediante los pastores.
La Iglesia sufrió, sufre y sufrirá persecuciones, martirios –como los que sufren hoy los cristianos en muchas naciones--, calumnias, divisiones internas y escándalos --que son lo más doloroso--, y que hoy tal vez más que nunca, está soportando con esperanza.
La opinión pública suele considerar como Iglesia solo a la jerarquía y al clero; modo de pensar que comparten, por ignorancia, muchos católicos. La verdadera Iglesia fundada por Jesús sobre Pedro, la constituyen el pueblo de Dios que, guiado por sus pastores en nombre del Salvador, camina hacia el Reino eterno, con Cristo resucitado a la cabeza. Si se excluye aunque sea una sola de esas tres realidades, ya no hay Iglesia de Jesús, sino otro ente ajeno a la Iglesia.
Cristo concede a Pedro, y en él a los demás apóstoles de entonces y de todos los tiempos, la misión de la misericordia: o sea, el poder de perdonar los pecados. La Iglesia católica no es la Iglesia del pecado, sino la Iglesia del perdón de los pecados y de los pecadores convertidos, como Pedro y Pablo. San Pablo decía: “Como Pedro fue capacitado para evangelizar a los judíos, así yo he sido capacitado para evangelizar a los paganos”. Ambos asumieron la misma misión de Cristo y con Él: la salvación de los hombres para gloria del Padre, aunque en distintos campos y con estilos diferentes. Si bien con algún desencuentro, superado ejemplarmente por la valentía de Pablo y la humildad de Pedro. Ambos grandes amigos entre sí, fieles seguidores de Cristo, y columnas de la Iglesia.
Jesús Álvarez SSP (Zenit)

lunes, 25 de junio de 2012

Te invitamos a un retiro con el Padre Gustavo Avello

La Renovación Carismatica de Nacimiento, siempre activa, nos ha enviado una hermosa invitación a participar de un retiro que será dictado por el Padre Gustavo Avello. Dichosos los que reciban este mensaje como algo propio, y responden al llamado del Señor.
 (Pinche la imagen para ampliar)

jueves, 7 de junio de 2012

REFLEXIONES EN TORNO A CORPUS CHRISTI Y LA EUCARISTÍA


Por el padre José Antonio Ubillús Lamadrid CM (Zenit.org)
Una de la devociones más hermosas que la Iglesia Católica ha fomentado y que ha echado raíces en el corazón de tantos pueblos del mundo entero es la adoración del Santísimo o contemplación de Jesús Eucaristía, un acto fe que permite un conocimiento gratuito de Cristo y un adentrarse en los sentimientos de su corazón. Una adoración y contemplación que tienen su culmen en la solemnidad de Corpus Christi.
Conocer a Cristo significa encontrarnos con él. Así es como conocemos a las personas. Hay diferencia entre saber de alguien y conocerlo. Esto último sólo es posible cuando nos hemos encontrado personalmente con él.
Recuerdo la historia de aquel relojero que entró en el ejército y a quien todos le encargaban revisar su reloj. Tenía tanto trabajo que cuando llamaban al combate, no podía luchar con eficacia porque no sabía hacerlo. Así también, ¡cuántas personas consagradas se han especializado hoy en toda clase de saberes, pero apenas conocen a Cristo! No han tenido tiempo para ello por lo que difícilmente van a poder comunicar lo que no han conseguido aprender. ¡Nadie da lo que no tiene!
Ciertamente este conocimiento de Cristo no nos lo puede transmitir en último extremo ni la reflexión, ni la meditación. Es, como en el caso del Espíritu, puro don de Dios que tenemos que pedir.
Así lo entendió, por ejemplo, Gandhi. Sabido es cuánto admiraba a Jesús y cómo intentaba vivir los principios de las Bienaventuranzas. Sin embargo nunca se hizo cristiano ni pudo reconocer a Jesús como el Hijo de Dios. En una ocasión le interpeló un cristiano diciéndole: “¡Cuánto me extraña que usted, tan conocedor de la fe cristiana, se haya fijado en los principios y se haya olvidado de la persona! Si me permite le sugiero que intente llegar desde los principios a la persona, desde el Evangelio a Jesús”. Y Gandhi le respondió: “Aprecio su sugerencia; pero no puedo adoptar esa postura con la cabeza, es preciso que mi corazón sea tocado. Saulo, añadió, no se convirtió en Pablo mediante un esfuerzo intelectual, sino porque algo le tocó su corazón. Lo único que puedo decir es que mi corazón está absolutamente abierto y que deseo encontrar la verdad”.
Tenía razón Gandhi: a Cristo no se le llega a conocer realmente desde el esfuerzo de la razón, sino desde la limpieza del corazón. Pero es preciso, y esto es quizá lo que aquel gran hombre no hizo, es preciso pedirle al Padre que nos dé ese don. Que sea él quien nos atraiga a Cristo; que sea él quien nos lo devele, porque “nadie conoce al Hijo más que el Padre y aquel a quien el Padre se lo quiera revelar” (Mt 11, 27).
El conocimiento de Cristo lleva inmediatamente al amor. Y es que no es posible conocerlo y no amarlo; no es posible contemplarlo y no sentirse atraído por él… Cuanto más profundo sea nuestro conocimiento de Cristo, mayor será nuestro amor por él. Y cuanto más lo amemos, más profundamente lo conoceremos, porque para conocer realmente a una persona es imprescindible mirarla con los ojos del amor.
Así era como pretendía ser amado Jesús, de manera personal. Por lo general cualquier reformador religioso proclama un ideal exterior a él mismo. Sólo Jesús se proclama a sí mismo y hace de sí mismo el centro de su doctrina- “¡Ven y sígueme!”, dice Jesús. “Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”, añade. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, afirma solemne. “En mí se cumple esta Escritura”, advierte en Nazaret.
Labios de mensajero y oídos de discípulo
No se trata, por tanto, de adherirse a un sistema intelectual o a una filosofía. No se trata ni siquiera de aceptar un mensaje divino o de plegarse a una verdad revelada. Se trata de convertirse a Cristo y convertirse de corazón. Y convertirse de corazón significa amarlo, entregarle todo nuestro ser y nuestra vida; dejarse poseer por él; abrirle el corazón para que sea él quien lo habite hasta el punto de que sea él quien se manifieste en cada gesto que hagamos en cada palabra que digamos. ¿No hemos observado cómo el amor transforma, moldea, y asemeja a las personas que se quieren? Pues así, amar a Cristo significa asumir sus valores, hacer míos sus criterios, hacer mía su vida.
Ni dudemos, pues, de entregar todo nuestro corazón a Cristo. Esforcémonos por adquirir aquel fantástico amor que sintió Pablo, un amor tan intenso que se expresaba en las formas más atrevidas: “¿Quién nos separará, decía, del amor de Cristo”. Y confiado, respondía; “Ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni el presente ni el futuro, ni la profundidad ni la altura… nada podrá separarnos del amor de Cristo” (Rom 8, 35-39).
Amar así al Señor es poner en él toda nuestra confianza. Conscientes de que él nos ha amado primero y espera simplemente ahora la respuesta de nuestro amor. Imaginémoslo cerca, contemplemos sus rasgos y entreguémosle nuestro corazón.
Entregarle a Cristo el corazón implica disponerse a compartir con él la vida, seguirlo por el camino de las Bienaventuranzas. Lo cual conllevará sufrimiento porque supone compartir su misma suerte.
A lo primero a lo que Jesús llama, según el testimonio de Marcos 3, 13-19, es a estar con él: “Instituyó Doce, afirma el evangelista, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”. “Estar con él”. El discípulo necesita vitalmente instalarse en Jesús, estar con Jesús, para ser con Jesús y vivir en Jesús. Estar con Jesús, conocer a Jesús, escuchar sus palabras, contemplar sus acciones, conocer lo que siente y lo que piensa, cuáles son sus fidelidades y su meta. Es, pues, la primera función de los discípulos, porque si es verdad, como añade después el texto de Marcos, que quiere después enviarlos a predicar, pero primero los tiene que conocer. Porque no hay labios de mensajero, si no ha habido antes oídos de discípulo.
No puede haber misión, si no ha habido antes seguimiento. Y esto nos tiene que hacer pensar, porque, a lo mejor, somos en más ocasiones trabajadores del Señor que amigos suyos. Y lo que él quiere, en primer lugar, son amigos, seguidores. Y sólo después apóstoles. ¿Qué mensaje van a comunicar si antes no han escuchado? ¿Qué testimonio van a manifestar si antes no han conocido?. ¿Y qué experiencia de Cristo van a transmitir si antes no han vivido con él? (cf. Apuntes de un retiro predicado por el P. Santiago Azcárate, CM).
Del “estar con Jesús”, sale después una actividad más sosegada, más pensada y con más alma. Y todo ello sin temor a evasiones espiritualistas, porque el que sube a este Dios nuestro baja también a este mundo nuestro; ya que nuestro Dios es un Dios que se encarna, que vive y que siente (Ibid).

lunes, 4 de junio de 2012

Papa Benedicto XVI llama a la Renovación a seguir irradiando la alegria de la fe




ENCUENTRO DE S.S. BENEDICTO XVI CON EL MOVIMIENTO RENOVACION CARISMATICA
(26-05-2012)
Con alegría el Papa acogió en la plaza de San Pedro a numerosos miembros de la Renovación en el Espíritu Santo, con ocasión del 40° aniversario de su nacimiento en Italia, como expresión del más vasto movimiento de renovación carismática que ha atravesado a la Iglesia Católica después del Concilio Ecuménico Vaticano II. A todos ellos el Obispo de Roma los saludó con afecto, comenzando por su Presidente Nacional, a quien agradeció sus palabras en nombre de todos los presentes. Y formuló votos para que su peregrinación, que les ofrece la oportunidad de detenerse en oración ante la tumba de san Pedro, refuerce su fe, aumente su testimonio cristiano y les permita afrontar sin temor, guiados por el Espíritu Santo, la tarea de la nueva evangelización.
"Me alegra encontraros en vísperas de Pentecostés, fiesta fundamental para la Iglesia y tan significativa para vuestro Movimiento, y os exhorto a acoger el amor de Dios que se nos comunica mediante el don del Espíritu Santo, principio unificador de la Iglesia".
Y tras destacar que en estos decenios se han esforzado para ofrecer su aportación específica a la difusión del Reino de Dios y a la edificación de la comunidad cristiana, alimentando la comunión con el Sucesor de Pedro, con los Pastores y con toda la Iglesia, Su Santidad les dijo:
“Queridos amigos, seguid testimoniando la alegría de la fe en Cristo, la belleza de ser discípulos de Jesús, el poder del amor que brota de su Evangelio en la historia, así como la incomparable gracia que cada creyente puede experimentar en la Iglesia con la práctica santificadora de los Sacramentos y el ejercicio humilde y desinteresado de los carismas, que, como dice san Pablo, deben ser utilizados siempre para el bien común. Y ¡no cedáis a la tentación de la mediocridad y de la costumbre! ¡Cultivad en el ánimo deseos altos y generosos! ¡Haced vuestros los pensamientos, los sentimientos y las acciones de Jesús! 
Al reafirmar que el Señor llama a cada uno de ellos a ser colaboradores incansables de su designio de salvación, que cambia los corazones, Benedicto XVI les dijo que también tiene necesidad de ellos para hacer de sus familias, de sus comunidades y de sus ciudades lugares de amor y de esperanza.
En la sociedad actual vivimos una situación en cierto modo precaria, caracterizada por la inseguridad y por el carácter fragmentario de las elecciones. Con frecuencia faltan válidos puntos de referencia en los que inspirar la propia existencia. Por tanto, se hace cada vez más importante construir el edificio de la vida y el conjunto de las relaciones sociales sobre la roca estable de la Palabra de Dios, dejándose guiar por el Magisterio de la Iglesia.
El Papa les recordó asimismo que el Señor “está con nosotros”, y que obra con la fuerza de su Espíritu, invitándonos a crecer en la confianza y en el abandono a su voluntad, en la fidelidad a nuestra vocación y en el empeño a llegar a ser “adultos en la fe, en la esperanza y en la caridad”. Porque como explicó, “adulto, según el Evangelio, no es aquel que no está sometido a nadie y que no tiene necesidad de nadie, sino que adulto, es decir maduro y responsable, sólo puede ser quien se hace “pequeño, humilde y siervo ante Dios”. De ahí que el Pontífice haya hecho hincapié en la necesidad de “renovar el alma de las instituciones” y fecundar la historia “con semillas de vida nueva”.
Hoy los creyentes están llamados a un convencido, sincero y creíble testimonio de fe, estrechamente unido al empeño de la caridad. En efecto, mediante la caridad, también personas lejanas o indiferentes al Mensaje del Evangelio logran acercarse a la verdad y convertirse al amor misericordioso del Padre celestial.
A este propósito el Papa les expresó su complacencia por cuanto hacen para difundir una “cultura de Pentecostés” en los ambientes sociales, proponiendo una animación espiritual con iniciativas a favor de cuantos sufren situaciones de malestar y de marginación. Por esta razón los animó a proseguir en su empeño por la familia, lugar imprescindible de educación al amor y al sacrificio de sí mismos.
Y antes de impartirles su Bendición Apostólica que extendió con afecto a todos sus miembros y familiares, Benedicto XVI les dejó la siguiente consigna:
“Queridos amigos de la Renovación en el Espíritu Santo, ¡no os canséis de dirigiros hacia el Cielo: el mundo tiene necesidad de oración! Sirven hombres y mujeres que sientan la atracción del Cielo en su vida, que hagan de la alabanza al Señor un estilo de vida nueva. ¡Y sed cristianos gozosos! Os encomiendo a todos a María Santísima, presente en el Cenáculo en el acontecimiento de Pentecostés. Perseverad con Ella en la oración, caminad guiados por la luz del Espíritu Santo viviendo y proclamando el anuncio de Cristo”.

domingo, 3 de junio de 2012

MISA DE SANACIÓN .GRUPO DE ORACIÓN SANTA MARÍA SIRVIENDO AL SEÑOR

Recibiendo en la entrada de la Iglesia a los hermanos y hermanas que en gran cantidad arribron al templo de San Francisco para alabar al Señor. Fue un encuentro muy cálido, en medio de un frío dia de invierno. Sólo el calor del Amor de Dios que irradiaba en este encuentro, calentó los corazones de la comunidad que oraba.
Antes de salir, la coordinadora del Grupo de oración de la Parroquia Santa María, la hermana Isabel, luego de haber coordinado todos los servicios necesarios para que la Misa de Sanación fuese un hermoso encuentro con el Señor.
Esta Misa fue el día 03 de junio, precisamente en la celebración del misterio de la Santísima trinidad.

sábado, 2 de junio de 2012

ESTE DOMINGO, 03 DE JUNIO, MISA DE SANACIÓN CON EL PADRE GUSTAVO AVELLO.
PARROQUIA SAN FRANCISCO, A LA 16:00 HORAS.

Coordinación Diocesana